Tú la mataste (2ª Ed.) by Burton Hare

Tú la mataste (2ª Ed.) by Burton Hare

autor:Burton Hare
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial, Intriga
publicado: 1963-12-31T23:00:00+00:00


CAPÍTULO VIII

Eran pasadas las dos de la madrugada cuando detuve el coche a cierta distancia del edificio donde tenía mi apartamento.

Dudé entre sacar los documentos y llevármelos arriba o dejarlos donde estaban. Finalmente pensé que, habiendo otros tipos en busca de los mismos, gente a quien ni siquiera conocía, era mejor dejar los papeles dentro del tapacubos de la rueda. Si el que había enviado una vez sus pistoleros contra mí repetía la broma, no me encontrarían encima lo que andaban buscando.

Cerré las portezuelas y caminé rumbo a casa. Tuve que confesarme que estaba cansado. El día en la playa, con el mar y el sol actuando sobre mi cuerpo, y luego la tensión de la noche, habían dado al traste con mis fuerzas. ¿Sería que estaba haciéndome viejo?

Me detuve ante el portal y saqué la llave. En el mismo instante sonó la voz, calmosa y fría:

—Llevo un siglo esperándole, Cameron.

Giré en redondo y me encontré frente al teniente O’Toole, que acababa de descender de un auto aparcado frente a la casa. Dentro del vehículo quedó otro hombre de paisano ante el volante.

—¿Qué pasa ahora? —le increpé secamente—. ¿Se aburren ustedes y quieren otra sesión de tercer grado?

No movió un músculo de su rostro, pero se acercó a mí. Gruñó entre dientes:

—Usted tiene sentido del humor, Cameron… Abra esa puerta de una vez.

—Dígame antes qué se propone hacer. Ésta es mi casa, por si lo ha olvidado.

—Lo sé. Quiero hablar con usted, detective.

—¿Y tiene que ser ahora precisamente?

—Sí. Y no agote mi escasa paciencia. He estado todo el día intentando localizarlo. Sólo me faltaba lanzar un llamamiento por la televisión. Vamos, abra.

Abrí la puerta y entré. Él me siguió hasta el piso y luego se dejó caer pesadamente en mi butaca preferida. Acababa de tomar posesión de una plaza conquistada.

Le lancé un sarcasmo:

—Imagino que tendré que invitarle a beber, ¿no es eso?

—Podría hacerlo. Hasta puede que se lo agradezca…

—Ya veo.

Saqué los vasos, hielo y la botella y regresé junto a él. Lo deposité todo sobre la mesita y escancié whisky en los vasos.

O’Toole miró la cantidad que le había servido, gruñó y, apoderándose de la botella, acabó de llenarlo.

—Cuando haga algo, Cameron, hágalo bien. Ésta es mi medida.

Le contemplé mientras paladeaba mi whisky. Parecía cansado y amargado. Pensé que todavía le dolía haberme tenido que soltar.

Pero me mantuve callado. Que hablase él. Y habló:

—¿Dónde ha estado metido todo el día y casi toda la noche?

—Ganándome el sueldo.

—Sí, yo también he estado ganándomelo… Supongo que todos tenemos que hacerlo. ¿Sigue trabajando para el mismo cliente?

—Sí.

—¿Quién es?

—John Grogan.

Pegó un respingo, estupefacto. No podía comprender semejante franqueza por mi parte.

—No me mienta, pesquisa —amenazó.

—¿Por qué tendría que mentirle? Míster Grogan es quien me paga para que me mueva por ahí.

—¿Es el mismo que le pagaba cuando le encontramos junto a la mujer muerta?

—Sí.

—Me sorprende usted. Cuando le echamos el guante se negó a darnos su nombre y resistió un tercer grado por mantener la boca cerrada. Y ahora me lo suelta a la primera, casi antes de que termine la pregunta.



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